domingo, 4 de marzo de 2018

Juan 2, 13-25



El texto que leeremos hoy en la liturgia es uno de los más fuertes, cuestionado y cuestionador de todo el evangelio.
Descubrimos una actitud insólitamente violenta de Jesús. Es uno de los pocos textos presentes en los cuatro evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Sin duda es un indicio de una raíz histórica importante. Fue un hecho tan decisivo que los cuatro evangelistas optaron por transmitirlo.

Solitamente los comentaristas suelen titular este acontecimiento como “la purificación del templo”: Jesús que saca a latigazos a los vendedores y comerciantes. En realidad estas actividades – por cuanto las podemos hoy cuestionar – eran legítimas y aceptadas.
Lo que Jesús hace es mucho más radical: es un gesto profético de destrucción de la religión o – si queremos matizar – de una manera de vivir la religión.
Es el gesto profético que en realidad hacen – a menudo inconscientemente – ateos y místicos de todos los tiempos: criticar y destruir cualquier imagen de Dios y cualquier estructura que se arrogue los derechos exclusivos de acceso a la divinidad.
Por eso ese gesto tan radical fue clave en la condena a muerte de Jesús. Tal vez fue la gota que derramó el vaso de la cobardía y falsedad de los jefes religiosos de su tiempo y de su desmedida ambición.
Con su gesto radical – podemos leer así la violencia – Jesús quiere abrir nuevas puertas de acceso a Dios. En realidad derrumba todas las puertas.
Como el mismo evangelio de Juan dirá:  
Pero la hora se acerca, y ya ha llegado,
en que los verdaderos adoradores 
adorarán al Padre en espíritu y en verdad,
porque esos son los adoradores 
que quiere el Padre. 
Dios es espíritu, 
y los que lo adoran 
deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23-24).

Jesús abre el camino a lo que hoy estamos por fin entendiendo: la espiritualidad precede y trasciende la religión y lo religioso.
La espiritualidad es patrimonio de la humanidad y de cada ser humano: es parte esencial de nuestro ser.
La religión y lo religioso pueden acompañar a la espiritualidad y vehicularla. Están a servicio de la espiritualidad y no al revés.
A lo largo de la historia las religiones privatizaron e institucionalizaron la espiritualidad, haciéndose a menudo dueñas de este espacio sagrado e íntimo de cada ser.

Jesús, como todos los místicos y profetas, devuelve el Espíritu y la espiritualidad a su hogar: el corazón de cada hombre y mujer, más allá de la religión que profesa o no profesa.
Jesús hombre libre y liberador quedará siempre como un icono de critica a toda tentativa de privatizar el acceso a Dios y hacerse ídolos del mismo.
A los seres humanos nos encanta crearnos ídolos y seguimos hoy en día fabricándolos de toda especie y tamaño: fútbol, tele, sexo, éxito, placer, diversión.
Jesús destroza los ídolos para hacernos libres y devolvernos a nuestra auténtica naturaleza: el Amor.

Tal vez Jesús – así me gusta pensarlo – se habrá arrepentido de los latigazos propugnados a los vendedores.
Yo en cambio le agradezco algún que otro latigazo (hablando simbólicamente… frustraciones, decepciones, límites, etcétera) que la vida me regaló: aprendí y crecí. Descubrí que el dolor es maestro, me descubrí a mí mismo, aprendí el amor y el arte de amar.

A veces los latigazos – sobre todo en ámbito educativo – sirven. Y mucho.
Tal vez habrá que decirlo y vivirlo.
El Amor no es solo bondad y ternura: en ocasiones es fuego devorador.
Es fuego y no viento, lo que hace cantar esta flauta” (Rumi)




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