martes, 5 de diciembre de 2017

¿Idolatría o paz?



¿Idolatría o paz?: una pregunta provocativa, pero esencial. Esencial porque no pueden coexistir: o somos idolatras o vivimos en paz y desde la paz. Y, a menudo, con la paz llega también la alegría.
Tal vez el gran “problema” de nuestro mundo es la idolatría.

No estoy hablando de idolatría solo ni principalmente en un sentido religioso. La idolatría en realidad es un “vivir fuera de sí mismo”: rechazar el don que somos y buscar afuera lo que afuera nunca encontraremos porque está adentro.
El ser humano es tendencialmente idolatra – toda la Biblia lo confirma – porque huye continuamente de sí mismo, sus miedos, su vacío. El camino espiritual y la madurez espiritual se pueden ver desde esta perspectiva: salir de la idolatría hacia la libertad.

Me sentí empujado a escribir esta reflexión por algo que leí hace pocos días en twitter. El ex entrenador del Barcelona, el holandés Frank Rijkaard dijo que “Messi para los niños es como Dios”.
Todo esto es lamentable y dañino. Y peor aún: ni nos damos cuenta de lo lamentable y dañino.

Avanzamos en nuestra comprensión por niveles de profundidad.
Con todo el aprecio futbolístico que el buen Messi se merece: ¿cómo es posible valorar una persona por saber dar patadas a una pelota? Y sin considerar el escandalo de dinero que se mueve alrededor del fútbol… En realidad no sabemos nada de la “persona” Messi; solo algunas que otras cosas que la prensa nos quiere decir. También se roza la ridiculez cuando nos quieren vender la generosidad de estos futbolistas: donaciones a fundaciones o cosas por el estilo. Porcentajes ridículos que no alteran el estilo lujoso de vida de muchos; porcentajes que gritan al cielo en un mundo que – en muchos casos – sigue sumergido en la pobreza y la opresión por el mismo sistema capitalista y neoliberal que paga los sueldos a los futbolistas.
No sabemos nada de Messi y nuestros niños lo toman como Dios o, por lo menos, lo veneran o idolatran. Vamos bien…
Para conocer a una persona hay que compartir tiempo y experiencias… y en muchos casos tampoco eso es suficiente… e idolatramos a unos futbolistas (también actores, cantantes…) por correr detrás de una pelota. Obviamente el fútbol no es solo fútbol: detrás del fútbol el hombre moderno esconde su agresividad, su falta de profundidad, sus miedos, su búsqueda de identidad.

De toda forma, si tuviera que venerar a alguien tengo una lista numerosísima antes de llegar a Messi: las centenares de mamás que conocí a lo largo de mi vida, tantas mujeres solas que supieron criar y educar a sus hijos, centenares de personas trabajadoras y entregadas a sus familias, mucha gente que con tremendo esfuerzo y honestidad logra llegar a fin de mes, muchísimas personas generosas y dedicadas al servicio de los demás, tantas familias amigas, tantos amigos y amigas fieles e incondicionales, tantos hermanos sacerdotes, tantos médicos, misioneros, catequistas…

A otro nivel de profundidad puedo afirmar con serena certeza que la idolatría y la veneración por sí mismas no son camino a la paz y la plenitud.
No hay que idolatrar ni venerar nada ni nadie. Hay que descubrirse y ser fiel a uno mismo: ahí radica el camino a la paz y la plenitud.
Idolatrar a alguien supone que este alguien “es más”, “vale más”: tiene algo que yo no tengo y por eso quiero ser como él o ella. De ahí viene toda la maldición de la imitación. Imitar a alguien es rechazar el don que uno es para sí mismo: no quiero ser “yo mismo”, quiero “ser otro”. Y esto vale – atentos – para todo y todos. Los cristianos tuvimos un librito clásico de espiritualidad llamado “La imitación de Cristo”. Lo leí y tiene unas que otras cosas interesantes y aprovechables. Pero es el planteamiento de fondo que está equivocado: la imitación.
Imitar a alguien es tanto imposible como estúpido. Cada cual es sumamente original y originales y únicas son sus condiciones: familia, época, cultura, genética, educación y límites psíquicos.

En un nivel más profundo aún podemos afirmar que la verdadera paz y alegría surgen de la fidelidad a uno mismo. Cada cual – cada ser viviente – es una manifestación única e irrepetible de la divinidad. Cada cual es un don para sí mismo, con unas características únicas y una misión única. Vivir la vida de otro o “querer ser otro” es desconocer esta maravillosa verdad. La única paz estable y auténtica viene solo de la fidelidad al don que cada uno es: ser uno mismo.
Este es el gran desafío del mundo moderno: nadie quiere ser él mismo. Todos quieren vivir la vida de otros, especialmente de los famosos y los ricos. Se vale por el número de seguidores de Twitter, Facebook o Instagram. Se vale por la apariencia y la notoriedad.
No hay paz ahí, no hay alegría, no hay plenitud.

Los cristianos tenemos el desafío de entender de otra manera la santidad. El culto a los santos se volvió deseo de imitación, idolatría, veneración. En muchos casos todo esto lleva a la frustración. La frustración en el fondo te dice: “deja de imitar, deja de idolatrar. Sé tu mismo.”
Esta es la autentica santidad: ser uno mismo. Ser el don que cada uno es y que es llamado a ser.
Los que llamamos “santos” son justamente personas que supieron ser ellas mismas, personas que vivieron el don único que se les había confiado.
Los santos son compañeros de viaje y amigos. Nos inspiran. Nos invitan a ser nosotros mismos.
Aprecio a San Francisco. Su vida me inspira y enamora. Pero no quiero ser San Francisco, no quiero ser como San Francisco. Quiero ser Stefano, cada vez más: ahí encuentro la paz y la plenitud. Quiero vivir el don único que se me ha confiado y regalarlo al mundo.
No hay paz y felicidad más grande que ser uno mismo.

Y, como siempre, se da la paradójico. Siendo uno mismo, soy uno con todo. La fidelidad al don que soy, no me aísla como la idolatría, sino me abre a la verdadera unidad. Descubro con asombro y emoción grande que siendo mi mismo soy también el otro: descubro la profunda unidad a nivel del ser.
Ser uno mismo es lo opuesto al individualismo. La sociedad es individualista justamente porque quiere formar individuos desde el mismo molde, aplastando la originalidad y la creatividad.
Ser uno mismo tiene la magia de unir y respetar: a nivel del ser me experimento uno con todo, viviendo mi unicidad y originalidad.
Ser y expresión del mismo se dan la mano, en perfecta armonía.

Volviendo a los niños de Rijkaard.
La gran tarea es educativa: educar a descubrir el don que cada uno es. Educar a descubrirse como únicos y originales. Acompañar en el descubrimiento de su propia vocación y misión. Educar a no idolatrar: no lo necesitan para ser felices. Más aún: es un obstáculo. El ídolo que buscan – ese Dios que es el anhelo de paz y plenitud – está en ellos mismos, en las profundidades ocultas del corazón, en las raíces de su propio ser.
Educar a descubrir la propia raíz divina, al Cristo que somos y que late oculto. Al Dios que en cada momento nos respira y nos vive.

Entonces disfrutaremos los goles de Messi en todo su significado y extensión: goles.

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