martes, 14 de noviembre de 2017

“Mi alma canta la grandeza del Señor” (Lc 1, 46).




Quién concibió a Cristo se pone a cantar” nos dice el sacerdote y poeta italiano David María Turoldo (1916-1992).
Me gusta mucho esta figura de sacerdote: profético, rebelde, poeta, amigos de los pobres. Nos invita a concebir a Cristo y a cantar el poeta. Nos invita a cantar con María y como María.

Nos acercamos al tiempo de Adviento, tiempo de espera y preparación a la Navidad. Acercarnos a María entonces nos viene de maravilla, así como reflexionar sobre el Misterio de la encarnación.

María concibe a Cristo y su primer gesto es cantar. Aunque el texto del Magnificat (1, 46-55) que Lucas pone en los labios de María con toda probabilidad no refleja palabras históricas de la Virgen, sin duda podemos confiar que María cantaba y alababa a Dios.
Concebir a Cristo y cantar van de la mano. Tal vez nosotros cantamos poco porque no concebimos al Cristo. Nos parece que concebir a Cristo fue misión exclusiva de María de Nazaret. Grave error, como lo señalan los padres de la iglesia. Se da y se puede dar un concebimiento místico del Cristo. Y místico no significa menos real, sino más real.

Orígenes afirma: ¿De qué me sirve que Cristo haya nacido una vez en Belén si no nace de nuevo por fe en mi alma?
Y el místico polaco-alemán Angelus Silesius:
Aunque Cristo nazca mil o diez mil veces en Belén, de nada te valdrá si no nace por lo menos una vez en tu corazón

La encarnación va más allá del acontecimiento historico de Jesús de Nazaret.
Dios sigue encarnandose en la historia, sigue expresandose y manifestandose en todo lo que vive. Dios es Vida y la Vida, en todas sus infinitas manifestaciones, expresa y revela a Dios, sin por eso agotarlo.
Entoces estamos llamados, como cristianos, a concebir al Cristo. Concebir al Cristo es un acto de conciencia: conectar con nuestro ser esencial, descubrir la unidad que subyace a nuestra vida, descubrirnos uno con Dios.
Descubrimos entonces que “Cristo” es nuestro nombre más auténtico, nuestra más profunda idendidad. Lo concebimos cuando caemos en la cuenta que somos el Cristo en una particular expresión.
Descubierto esto nos queda solo una cosa por hacer: cantar. Danzar también, como hacía el místico sufí Rumi y como hacen tantos pueblos indigenas.
Surge espontaneo el canto y la alabanza, el gozo y el agradecimiento. Cantando con o sin palabras. Con la voz o desde el corazón.
Y este canto contagia, invita, anima.

Cantando sembramos en el mundo la semilla del despertar, del Cristo que viene y vendrá. La semilla del Cristo que todo lo llena.
Todos somos madres de Cristo e invitados a donarlo al mundo. Desde el silencio y desde el amor.
Solo se concibe así: desde el silencio y desde el amor. Silencio y amor que no podremos después callar: entonces cantaremos. Cada cual cantará como puede y sabe: no importa. Importa cantar.
El canto saldrá solo, como un fuego de amor que no se puede contener.



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