domingo, 5 de noviembre de 2017

Mateo 23, 1-12




Una página anticlerical como pocas” afirma Francesc Riera en su comentario.
Uno de los textos más lúcidos y polémicos del evangelio.
El gran peligro es leerlo como si Jesús hablara solo para los fariseos y escribas de su tiempo. Es interesante notar como por las cosas que no nos convienen encerramos el mensaje evangélico en un anacrónico historicismo y para las que nos convienen lo actualizamos olvidándonos de la misma historia.
Este es uno de los casos más evidentes. Necesitaríamos más coherencia en la lectura misma del evangelio.

Al leer el texto de hoy no puedo no pensar a tantas experiencias de iglesia, a obispos, sacerdotes, catequistas. Tantos cristianos con responsabilidades – los “maestros oficiales” – que caen en la incoherencia y la hipocresía y, más grave aún, cargan a los demás con reglas y conductas que ellos no viven ni de lejos.
Terrible peligro que nos acecha a todos: nadie se escapa. Por eso hay que estar bien atentos y siempre tener a mano las preguntas: “¿Hago lo que predico?”, “¿Vivo lo que exijo a los demás?”.
El evangelio es también duro. “La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” (Heb 4, 12).
No se aprende a vivir y amar sin dolor. La coherencia y la transparencia nos penetran y purifican, nos cuestionan y alientan.
En la comunidad cristiana – todos lo sabemos de sobra – toda autoridad es servicio y para el servicio. Cuanto más autoridad, más servicio. El servicio sincero nos preserva de la tentación hipócrita. En el servicio no hay títulos, ni privilegios, ni honores: “no se hagan llamar «maestro», porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.” (Mt 23, 8).
 Jesús entendió su misma su vocación mesiánica como un llamado al servicio: “Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud.” (Mc 10, 45).

Por eso podríamos también preguntarnos: “¿Lo mucho o poco que tengo es para el servicio?”.
Si no estamos atentos y sumamente lúcidos con el tiempo el servicio se enquista y se va aislando de la vida, convirtiéndose en ideología. Convertimos el servicio en burocracia y perdemos lo central: las relaciones humanas y el servicio a la dignidad de la persona. Es lo que pasa con muchas instituciones: Onu, Fao, Unicef…convertidas en burócratas del servicio gastan más dinero para su sustentamiento que para el fin por el cual fueron creadas.
Nos aferramos a los títulos y honores del servicio sin servir, sin amar, lejos de la vida real y del sufrimiento humano.

Enrique Martínez en su comentario se pregunta: “Si Jesús era “anticlerical”, ¿por qué la religión que se remite a él llegó a “clericalizarse” hasta el extremo?
Es interesante y sugerente pensar en Jesús como anticlerical. Jesús es anticlerical porque es coherente, auténtico, lúcido. Jesús es anticlerical porque tiene una capacidad increíble de desenmascarar nuestro ego y nuestras ideologías. Jesús parte siempre de la vida real: es ahí donde experimenta a Dios y es ahí donde escribe su fidelidad y su mensaje. Jesús es anticlerical porque no soporta la hipocresía y la falsedad. Sus palabras y sus gestos quedan siempre ahí, como icono perenne de autenticidad y transparencia.
Posiblemente tendremos que lidiar siempre con algunas incoherencias e hipocresías: el camino de madurez pasa por ahí. No tenemos que deprimirnos o desmoralizarnos cuando advertimos estas incoherencias: ser conscientes de ellas es el primer y fundamental paso.

El camino de la coherencia y la fidelidad pasa necesariamente por el silencio. Sin silencio interior es imposible darnos cuentas del constante juego de nuestro ego que siempre quiere mostrar una imagen de nosotros mismos, y una imagen acorde a sus creencias mentales e ideológicas.
Solo el silencio desactiva la trampa. Solo el silencio afina la vista.
Buen camino y perdón por mis incoherencias.  



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