martes, 5 de septiembre de 2017

Las montañas y la luna




Las montañas y la luna son grandes maestros espirituales. Hay muchos maestros en la naturaleza y en lo que diariamente nos rodea. Mucho más de lo que imaginamos. En realidad todo y todos pueden ser nuestros maestros espirituales. Basta escucharlos y observarlos. Todo es una expresión única y exquisita de la divinidad: de eso deriva que todo puede convertirse en maestro, amigo, acompañante. Depende: depende de la historia y la sensibilidad de cada uno. También depende del momento. Lo importante es no perder la oportunidad de aprender y disfrutar.

Jesús aprendió de la semilla de mostaza, de los niños, de las mujeres, de los pájaros, los campos, el sol, el agua. Y más.
Humilde e interesante el Maestro Jesús.

En estos días de descanso entre las montañas pude disfrutar más de su sabiduría y enseñanzas. Junto a la luna. Aparece con más alegría la luna cerca de las montañas.
Parece que se buscan recíprocamente. La luna ilumina suavemente las montañas y nos revela sus contornos y siluetas. Las montañas dibujan el paisaje para que la tenue luz lunar no pase demasiado desapercibida. Es un juego entre dos humildades. Cada cual – montañas y luna – se preocupan para que el otro brille.
¡Una primera gran enseñanza que nos regalan! Vivir para que el otro brille… vivir para que la belleza y la bondad se manifiesten, se sugieran.

La montaña además nos enseña la importancia de la estabilidad y el tener raíces.
Siempre estable la montaña: entera, digna. Diríamos que tiene muy buena autoestima. Siempre estable y firme: lluvias, tormentas y vientos no la afectan en lo esencial. Podemos aprender de la montaña a vivirnos desde nuestro centro, a no dejarnos zarandear por nuestro mundo afectivo y emotivo. Hunde sus raíces en el corazón de la tierra la montaña. ¿Dónde tenemos puestas las nuestras? Enraizados en el puro Ser encontraremos estabilidad y firmeza.

La luna brilla pero no tiene luz propia. Refleja la luz del sol. Tan humilde y tan sencilla hermana luna. Por eso la iglesia la tomó también como modelo de su vida y su misión: la iglesia no brilla de luz propia, refleja la luz de Cristo.
La noche se hace más llevadera con la luz de la luna. Esa luz reflejada ahuyenta los miedos, nos cobija y hasta nos permite ver de vez en cuando.
Nos indica el sol la luna. Nos remite al sol. Como Juan Bautista nos indicaba al Maestro.
Somos simples reflejos de la única luz. La luna nos recuerda esta gran verdad. Pero también nos dice que recibimos nuestra identidad del sol.

Nuestra vocación y nuestra misión se resumen así: reflejar por un momento lo que en realidad somos: Luz.
Somos luz y reflejo a la vez.
Somos luz eterna que en nuestra existencia histórica se convierte en reflejo.
Vivirse desde esta conciencia nos convierte en montaña y en luna: estables y humildes. Firmes y tiernos. Qué curioso: propio como Jesús.

Termino agradeciendo con un haiku:

Deliciosa luna
sugiriendo contornos.
Somos amigos.





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