domingo, 30 de julio de 2017

Mateo 13, 44-52




Seguimos con el capítulo 13 de Mateo que recoge unas cuantas parábolas de Jesús. Hoy se nos invita a reflexionar sobre tres breves parábolas que tienen en su centro el “Reino de los Cielos”.
Para comprender cabalmente las parábolas es fundamental desentrañar el significado de la conocida imagen: “Reino de los Cielos”. Esta expresión es paralela a la otra: “Reino de Dios”. Las dos apuntan a lo mismo, ya que para los antiguos Dios habitaba en el cielo y los judíos para evitar el uso de la palabra “Dios” usaban la palabra “cielo”.

¿Qué quería decir Jesús cuando usaba esta expresión?
¿Adonde apuntaba?

Es importante preguntárselo y preguntárselo desde el hoy en que vivimos. “Hoy” que supone un crecimiento de la humanidad y una evolución de la conciencia.
Los evangelios sinópticos sugieren que el anuncio del “Reino de Dios” fue el mensaje central del Maestro de Nazaret. Sin duda en este sentido refleja el sueño de Jesús: una humanidad donde reinaran los valores de la fraternidad, la justicia, la solidaridad y la atención especial a los más débiles, pobres y desamparados.

Podemos atrevernos a dar un paso más en profundidad y preguntarnos: ¿qué hay atrás de este sueño de Jesús que se expresa en el anuncio del Reino?
Sin duda están la visión y la experiencia. Jesús experimenta lucidamente que lo que llama “Padre” es el fondo común que todos compartimos.
Como dirá Maestro Eckhart unos siglos después: “mi fondo y el fondo de Dios son el mismo y único fondo”.
Jesús hace experiencia de la unidad: “el Padre y yo somos uno”. Es a partir de esa visión y esa experiencia radical que se desarrolla su comprensión y anuncio del Reino. Comprensión y anuncio que obviamente – esta es la encarnación – Jesús comunicará con las categorías y posibilidades de su tiempo.

Traduciendo para nuestra comprensión hoy podemos afirmar: el Reino de los Cielos es nuestra Casa común, nuestra identidad más honda y compartida, lo que somos.
Por eso las imágenes tan bellas del tesoro y la perla: una vez descubierta nuestra identidad eterna el desapego surge espontaneo. Una vez surge la visión nos descubrimos libres: ¡siempre hemos sido lo que queríamos ser!
De ahí surge también el compromiso histórico a favor de la fraternidad, la justicia y la solidaridad: no como construcción de algo que no está, sino como expresión de lo único real. Trabajamos en el sueño de Jesús porque hemos visto que “el otro soy yo”, que el mundo es una maravilla que está surgiendo desde las manos de Dios en este momento y que surge junto a todo y todos en perfecta armonía y sincronía. Trabajamos en el sueño de Jesús intentando ver lo que nuestro egoísmo nos impide ver.

Así la historia – con su inevitable dolor – se convierte en el taller del carpintero: lugar de encuentro, de compartir y de creación donde el dolor será la materia prima y esencial en esta creación. Sin dolor no se crearía nada.
La historia que hemos visto ya salvada, pierde su carácter de desesperanza y se convierte en epifanía de lo divino.


Viviremos la historia con todos sus anexos – tiempo, espacio, procesos, avances y retrocesos – desde el lado correcto: el lado de la luz, el lado de la resurrección. El lado de la perla fina.

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