sábado, 15 de octubre de 2016

Lucas 18, 1-8



La parabolita que Lucas hoy nos propone hay que entenderla bien. Si nos quedamos en un plano superficial – sin leerla a luz de la conciencia actual – podemos caer en peligrosas interpretaciones.
Quedaría una imagen distorsionada y parcial de la divinidad, sin duda una imagen de Dios que no corresponde a la experiencia de Jesús.

Como afirma Enrique Martínez: “¿Cómo podría compararse a Dios con un juez perverso, que únicamente actúa para que la viuda lo deje de fastidiar? ¡Qué pobre y triste un dios así! ¿Quién sería capaz de creer en él?

En realidad Lucas aplica esta parábola de Jesús – probablemente dicha en otro contexto – para explicar la necesidad de la oración insistente.

Orar siempre, sin desanimarse”: ¿cómo hacer?

Fue uno de los grandes enigmas de los primeros cristianos y de la vida monástica incipiente en los primeros siglos de la iglesia.
¿Cómo se hace para rezar 24 horas por día en el medio de las necesarias actividades?

Un hermoso librito – Relato de un peregrino ruso – propone una pista que fue practicada por miles de monjes: la oración del corazón. Unir un mantra a la respiración. El mantra usado normalmente era: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi pecador”. El practicante lo iba repitiendo miles de veces, hasta que la repetición se volvía una cosa sola con la respiración.
Entonces el respirar mismo se convertía en oración: se oraba 24 horas al día.

Profundizamos en el sentido y la esencia de esta hermosa práctica e intentamos traerla al hoy.

¿Cuál es la esencia de la oración del corazón que nos conecta con la respiración?
La respuesta es simple y profunda a la vez.  Hoy en día la conciencia de la humanidad lo va descubriendo cada vez más: ser uno con la Vida.

Nos hemos dado cuenta que no existe un Dios separado de la vida. Más aún: que no hay separación alguna. La idea de un Dios separado – justamente solo una idea – fue parte del proceso de desarrollo del espíritu humano.

Decir Dios y decir Vida es afirmar lo mismo. Solo hay Vida que se manifiesta en millones y millones de formas. Todos participamos y todo participa de la única Vida. Única Vida que nos sostiene, inspira, raíz y fundamento de toda existencia. Única Vida que se expresa y manifiesta en todo.

Todos los místicos lo saben y lo han visto. Algunos han llamado esta Vida como “el manto sin costura del Universo” o “el aliento de todos los alientos”: expresiones maravillosas que apuntan al Misterio.

¿Por qué nos cuesta tanto verlo y vivirlo?

Porque no vivimos. No vivimos la vida real. Vivimos una vida pensada, esclavos de nuestros pensamientos, creencias, emociones. Esclavos de nuestras historias y heridas.
No tocamos la vida. La pensamos y la juzgamos.
El camino místico une admirablemente vida y oración. Vivir es orar y orar es vivir.
¿Hay algo más hermoso? En mi experiencia no.
Rezar en el fondo significa vivir conscientemente. Ser conscientes de la Vida. Vivir a pleno, con plena atención. Dejar que la Vida nos viva. Dejar que la el Aliento te respire.
Vivir cada cosa – afuera y adentro – con plena atención es convertirse en una cosa sola con la vida y ser oración.

Por eso el camino místico pasa por el silencio y la meditación: ahí aprendemos a estar atentos. Atentos a la Vida que somos. Atentos a la oración que somos.

Desde ahí – desde este nivel de conciencia – juez perverso y viuda insistente se convierten también en uno. Experimentaremos que juez y viuda conviven en nosotros y aprenderemos a reconciliarlos adentro para reconciliarlos afuera.

Seremos reconciliación y paz para este mundo que sufre por la estupidez y la ceguera humana.





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