domingo, 7 de agosto de 2016

Lucas 12, 32-48



Seguimos ahondando en el evangelio de Lucas que nos está acompañando todos los domingos.
Hoy el texto se presenta un poco largo e intentar profundizar en todos los posibles mensajes que nos regala no es conveniente. Recordamos los dichos de la sabiduría popular: “Quién mucho abarca poco aprieta” y “demasiada carne al asador…”.
Tendríamos que tener más en cuenta la sabiduría popular en nuestra vida, en la vivencia de la fe y en las propuestas de la iglesia.
Aplicar esta sabiduría a nuestra vida nos conecta con dos realidades fundamentales:

1) Calidad versus cantidad. Lo que nutre y transforma es siempre más la calidad que la cantidad. En nuestra sociedad consumista donde se mide todo en términos de cantidad es difícil entenderlo y aplicarlo. El evangelio nos invita a cuidar “lo mejor”, no el “más”. También hoy Jesús lo reafirma criticando la tendencia a acumular riquezas.

2) En la parte está el todo. Lo enseña la mística, lo confirma la física. Si estamos atentos a la parte encontraremos el todo. La tendencia compulsiva en intentar abarcar y comprender todo viene de nuestra mente siempre insatisfecha. En realidad todo está conectado y en todo está el todo. Aplicado al evangelio podemos decir que en cada mensaje está todo el mensaje. Viviendo lo que entiendo hoy y aquí para mi, vivo todo. Como en la Eucaristía: en un pedacito de hostia consagrada está toda la Presencia del Cristo.
Vamos al texto entonces con este espíritu y esa paz.

Subrayo dos cosas: miedo y despertar.
Jesús nos invita a salir del miedo: “No temas”. “No temas” es casi un estribillo que se repite en toda la Biblia. Paradójico que la iglesia por siglos infundió miedo a los fieles: miedo al pecado, al infierno, al juicio. En definitiva miedo a Dios. Parece absurdo, lo sé. Hoy en día todavía estamos viendo las consecuencias de esta pedagogía. Es interesante descubrir como se mal interpretan las cosas cuando las leemos a través de nuestro filtros mentales y nuestra heridas emocionales. En realidad Jesús nos libera de todo miedo. José María Castillo lo dice muy bellamente: “Jesús no tolera el miedo, ni quiere que sus discípulos sientan la amenaza del miedo. O sea, quienes pretenden creer en Jesús tienen que ser gente sin miedo. ¿Por qué? Muy sencillo: porque el Reino no es una promesa, es una posesión que ya es de quienes buscan y quieren creer en Jesús. Y sí, hablar del Reino es hablar de Dios: el Reino de Dios es Dios. En efecto, la expresión “Reino de Dios” es una forma de designar a Dios mismo. Por tanto, lo que en realidad afirma Jesús es enorme: Dios es vuestro. Es decir, Dios se ha entregado, lo tienen a su disposición. El don de Dios a sus creyentes es Dios mismo. Se nos ha dado. ¿Qué miedo puede caber, si eso es así?

Jesús nos invita a despertar: “Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas”. ¿Qué significa “despertar”? La tradición budista lo tiene como eje de su camino espiritual, pero Jesús y el evangelio no pierden la pisada, ni mucho menos. Podemos decir que “despertar” es vivir desde otro nivel de conciencia. Vivir desde la raíz de nuestro ser. Muy a menudo vivimos esclavos del pensamiento y lo emocional, como si fueran nosotros: en realidad nuestro ser, nuestra identidad, está más allá de todo eso. Vivimos muy por debajo de nuestras posibilidades. Despertar entonces se traduce en “estar atentos”. La atención – las lámparas encendidas del evangelio – es el camino maestro para vivir despiertos, para vivirnos desde nuestro auténtico ser. La atención nos permite darnos cuentas de lo que nos pasa adentro – pensamientos y emociones – y lo que pasa afuera. Dándonos cuentas de lo que pasa – sin interferir desde nuestra conducta reactiva y compulsiva – somos más lúcidos. La verdad se abre camino. Y la verdad nos hace libres, como Jesús nos recuerda (Jn 8, 32).

Despertar entonces nos hace vivir una vida real, libre, plena. Aprendemos a disfrutar de la plenitud que somos, del Dios que ya se nos ha dado.


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