domingo, 3 de julio de 2016

Lucas 10, 1-12.17-20.

En el evangelio de hoy Lucas nos hace un resumen de la misión de las primeras comunidades vinculando la tarea misionera al estilo de vida de Jesús: un estilo abierto, dinámico, itinerante y desapegado.

Si leemos el texto desde un nivel de profundidad que supera la simple lectura literal descubriremos aspectos muy interesantes y transformadores. Subrayo con ustedes unos pocos.

La misión aparece como un cosechar. Generalmente en la iglesia se habla de la misión como un sembrar, sembrar que también tiene su noble sentido y su valor.
Hay que sembrar seguramente – hay parábolas que nos lo recuerdan – pero el énfasis de hoy en la misión como cosecha da un nuevo sabor y una nueva profundidad a la tarea misionera de la iglesia. Estamos llamados a cosechar. Los frutos ya están, porque Dios está. La presencia de Dios desborda por todos lados: esto hay que cosechar. Cosechar una Presencia.

Cosechar una – mejor dicho – la Presencia puede ser expresada de distintas maneras: descubrir una presencia que ya está, dar un nombre a los frutos, saborear y disfrutar los frutos.
Desde esta comprensión se caen por si solas otras visiones de misión que ya no corresponden a nuestro tiempo: misión como conquista, misión como imponer una fe, misión como anunciar algo que no está. 

Entramos en el reino de la gratuidad: todo es fruto, todo es un don que espera paciente nuestro reconocimiento, nuestra cosecha.
La gratuidad nos trae la paz, lo sabemos y lo podemos experimentar cada día. Paz que es otro gran mensaje del texto de hoy.
Parecería que el gran don que el evangelio nos invita a compartir es el don de la paz. Lo primero es llevar paz, disfrutar la paz, compartir la paz.

Es así: cuando los frutos están, no hay necesidad de competir y de luchar. Nadie tiene más Dios que otros. La plenitud de la Presencia de Dios está disponible aquí y ahora para todos. Por eso el anuncio que sigue a la paz: “El Reino de Dios está cerca”, es decir, está aquí, oculto en lo ínfimo y cotidiano, escondido en nuestro barro y nuestra historia, mezclado a nuestros deseos y proyectos.

Y lo fundamental: para compartir gratuidad y paz hay que descubrirla primero en nosotros. El camino espiritual que va de la mano con el camino de crecimiento humano es justamente el descubrimiento de que la paz no es algo que tenemos o que conseguimos. La paz es lo que somos. Somos paz, porque somos vida divina. Nuestra raíz, nuestra fuente es la paz. Desde ahí podemos vislumbrar la cosecha y los frutos.

Esto significa la hermosa expresión final que Lucas pone en los labios de Jesús: “alégrense que sus nombres están escritos en el cielo”. ¡Maravilloso!

Nuestra alegría no proviene de nuestros logros y nuestros esfuerzos, como no proviene de nuestro frágiles éxitos o nuestro superar fracasos. La alegría surge límpida e imponente desde el descubrimiento de nuestra común identidad: amor gratuito. Amor que se traduce en nuestra historia como gratuidad y como paz.

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